Sexo en Chamberí

por Carlota Valdés

Tenía ganas de poneros un extracto de alguna de las novelas en el Blog y he elegido éste del segundo libro «Lo que descubrí de ti» ya que se puede leer de manera independiente. No afecta a la historia y se lee bien sin saber nada de nada. Se trata de un relato erótico  bastante potente que Carlota escribe a su pretendiente desconocido, Mister X.

Me gusta por varias razones: desde el punto de vista erótico me parece lo más «fuerte» que hay en los dos libros, justamente por el tema, que es el sexo no consentido, al parecer una de las fantasías femeninas recurrentes.

Como lectora, siempre me ha gustado cuando leo un libro y de repente me sacan para contarme otra historia (a través de una carta, de otro punto de vista de la narración etc. Me encantan las historias dentro de historias. Eso lo hacía muy bien Wilkie Coliins, que es uno de mis escritores favoritos)  También me gusta porque lo que cuento está inspirado en algo que me contaron a mi. No el desenlace pero sí el tema, es algo que le pasó a una persona que conozco. Y por último me chifla el título, Leyla.  Es un poco «jevi» -aviso- 

(Recordad que  si os apetece leer mis novelas, habría que empezar primero por «Lo que no sabía de mi» y luego seguir con «Lo que descubrí de ti». Los tenéis en todas las librerías y en Amazon.

LEYLA

(…) Contactó con ella en Tinder una tarde de sábado. Estaba buena, parecía morbosa y eso era lo que él quería para aquella noche: algo muy guarro, no un polvo normal. Pero tampoco quería pagar, nunca lo había hecho. Él no era de esos.

Comenzaron a chatear y pronto la conversación se empezó a calentar. Fue a por una cerveza a la nevera y luego, ya de vuelta en el sofá, se sacó la polla. Se la tocaba de vez en cuando mientras continuaba chateando con Leyla. Así le había dicho que se llamaba.

Le estaba poniendo muy caliente diciendo lo mojada que estaba, lo mucho que le apetecía una buena polla esa noche, lo que disfrutaba haciendo mamadas, la cantidad de veces que se masturbaba al día…

Llegó un punto de la conversación en que ella puso las cartas encima de la mesa, boca arriba podría decirse.

Vivo en Majadahonda, en una urbanización. Mi marido está fuera en un viaje de trabajo y he enviado a mi hijo a casa de mi madre. Quería estar sola para tirarme a un desconocido. Me da morbo la idea de follar esta noche contigo pero voy a decirte lo que quiero. Si estás de acuerdo, genial. Si no, no me vales y buscaré a otro. Los sábados por la tarde-noche Tinder está que arde. Todo el mundo quiere follar y los hay a los que les encantan las rarezas, te lo puedo asegurar.

Lo que quiero que hagas es lo siguiente. Te daré la dirección de mi casa y dejaré las llaves en un sitio que te diré luego, probablemente en uno de los maceteros del portal. Entrarás en mi casa. Hay una alarma en la entrada que deberás desactivar. También te daré el número. La casa estará completamente a oscuras y yo en la cama, en una de las habitaciones. Me encontrarás pronto. A partir de ahí quiero que me folles a la fuerza. Eso es lo que quiero. Como si fueras un ladrón que viene a robar y de paso me folla. Me puedes pegar, de hecho me debes pegar, insultar… Sobre todo que parezca real. Yo actuaré desde luego como si fuera real. No debes asustarte si grito o me resisto. Es más, si lo hago espero que me des aún más caña.

Él no da crédito pero su polla crece de repente en su mano al leer todo aquello. Nunca se le ha presentado la oportunidad de vivir una experiencia igual. Más o menos era convertirse en un violador por una noche pero en un violador consentido.

Antes de contestar a Leyla le pregunta algo:

-¿Tú haces esto a menudo?

Recibió la respuesta que se merecia:

-Eso no creo que sea de tu incumbencia.

Era hora de decidir, de decir algo…de lo contrario ella cumpliría su amenaza de buscar a otros candidatos en Tinder. Miró a su alrededor y vio sus fotos familiares en el salón: El verano en Zahara de los Atunes, en la playa con el niño, con Sandra en una góndola en Venecia…

Dijo que sí.

En otro mensaje de chat recibió la dirección de ella, la hora a la que debía llegar, las instrucciones para encontrar las llaves del portal y del piso así como la clave para desactivar la alarma.

Tragó saliva. Tenía dos horas para prepararse y hacerse a la idea. Estaba muy cachondo, con la polla a punto de estallar. Tuvo que controlarse para no hacerse una paja.

No sabía muy bien cómo había que vestirse para irse a violar a alguien. No pensaba que eso importara lo más mínimo. Ropa de deporte tampoco. Decidió ir sencillo: unos vaqueros y una sudadera parecía lo mejor.

Para representar mejor su papel, abrió el cajón donde Sandra guardaba su ropa interior y cogió unas medias. Los ladrones y violadores iban casi siempre con ellas en la cabeza, al menos en las películas que él había visto. Se las metió en el bolsillo del vaquero. También cogió una navaja pequeña, la que solía llevar cuando iban todos al campo de picnic. Su mujer le decía que una navaja a menudo era buena idea para poder cortar el pan para los bocadillos y pelar la fruta. Siempre venía bien.

Comió algo ligero. Obviamente no esperaba que ella le hiciese la cena. También se bebió un ron con cola. Tenía que coger el coche pero daba igual. Sacó su flamante Audi A6 del garaje y enfiló la carretera de La Coruña rumbo a Majadahonda, donde vivía Leyla. Pensó en si ese sería su nombre real. Parecía demasiado exótico para un ama de casa de Majadahonda.

No le fue difícil aparcar. Había un montón de sitios. Encontró las llaves en uno de los maceteros que flanqueaban el portal. Era una urbanización como tantas otras. Pudo ver la piscina iluminada y la cancha de tenis a lo lejos.

En el ascensor chequeó su aspecto. No quería ponerse aún la media por si se cruzaba con algún vecino. Abrió la puerta con la llave y en ese mismo momento pensó que quizá era todo una broma pesada, que habría alguien más en el piso. que a lo peor era una trampa..

La casa estaba en silencio. Todo tranquilo. Ahora sí. Se puso la media en la cabeza y empezó a buscarla. Habitación por habitación. Con decisión.

El piso era grande. Aún tardó unos largos segundos en dar con su habitación. Distinguió un bulto en la cama, debajo de un edredón.

Encendió la luz…

Vaya, vaya… ¿qué tenemos aquí? ―dijo mirándola con deseo.

Ella, asustada se incorporó en la cama y casi inmediatamente, se tapó con el edredón. Llevaba un sexy camisón de raso de color negro.

¿Quién es usted? ¿Cómo ha entrado? Por favor, no me haga nada.

La miró. Estaba mucho más buena que en las fotos del Tinder, eso sin duda. Deseo follársela allí mismo y le dio un poco de pereza todo lo que iba a tener que hacer… pero bueno. Ya habían quedado en eso.

¿Estás sola en la casa? ―le preguntó.

Sí, no hay nadie. Pero por favor, no me hagas daño. Te diré donde están el dinero y las joyas.

El dinero y las joyas me importan tres cojones. No te haré daño. Solo te voy a follar ―le dijo mientras se aproximaba a ella y descubría el edredón―. Déjame verte… estás buena eh. Qué suerte tiene el cabrón de tu marido. Si yo tuviera una hembra así en casa, te digo que no pisabas la calle. Ibas a estar bien follada… ¿A ver qué coño tienes?… déjame ver.

Por favor, por favor… ―repetía ella sollozando.

¿No sabes decir otra cosa que «por favor»? Como vuelva a oír eso te rajo la cara. Tengo una navaja en el bolsillo del pantalón. No querrás que la saque ¿verdad?

Seguro que sí quería… pero a él le pareció demasiado.

Él suponía que ella ya debía de estar mojada como una perra. No sabía muy bien qué tenía que hacer ahora. En realidad solo quería follarla.

Se aproximó a ella y le partió el camisón en dos. Lo rasgó con un movimiento seco, con toda la violencia que pudo. Ella temblaba y sollozaba. Durante un momento él pensó en consolarla, pero no podía hacer eso. Entonces sí que todo se iría al carajo.

Ahora te vas a estar muy quieta, ¿te enteras? Al menor movimiento te parto la cara… dijo con tono autoritario ¿me oyes cacho zorra? Cuando dijo esto último su polla empezó a empalmarse. Notaba la presión en sus vaqueros, como un paquete bomba a punto de estallar.

Sí, pero por favor, no me hagas nada ―gemía ella. Su voz era quejumbrosa pero sin embargo sus ojos brillaban de lujuria…

He dicho que te voy a follar, No sé si no lo has entendido bien. Y diciendo eso se bajó los pantalones, le levantó las piernas y hundió su polla en ella de golpe y sin el menor titubeo. Ella estaba completamente encharcada.

Le molestaba demasiado la media en la cara, así que se la quitó.

Por favor, por favor ―repetía una y otra vez.

Ya estaba bien de tanto «por favor» de los huevos. Decidió que era el momento de darle una bofetada. Ella le había dicho que lo hiciese si podía. No le dio muy fuerte. Jamás había pegado a una mujer y le resultó una sensación extraña. No le gustó, pero sin embargo le excitó. No quería reconocerlo pero era obvio.

La siguiente vez que ella se quejó, él le dio la vuelta, la agarró fuerte del cuello y le tapó la boca con violencia, mientras la siguió follando por detrás lo más fuerte que podía. Notaba como su vagina devoraba su polla como si se la fuera a tragar, como sus uñas se clavaban en su sudadera. Gemía como una loca.

Él decidió entonces ir más lejos y ponerla a cuatro patas encima de la cama. Lo hizo con un único movimiento, elevándola por la cintura, como si fuera un bebé. Se la metió por atrás sin contemplaciones agarrándola fuerte de las caderas. Tampoco le costó mucho trabajo entrar en ella. Su culo estaba completamente dilatado de la excitación. Mientras la penetraba cada vez más fuerte tuvo el detalle de masturbarla al mismo tiempo. Se dio cuenta de su error. Un violador de verdad jamás hubiera hecho algo así.

Leyla hacía que gritaba «No, por favor» pero en realidad eran gemidos. La muy zorra no paraba de correrse. Él había dejado ya de contar las veces que ella había llegado al climax. Sin embargo a él le estaba cansando aquella situación. Ya no le excitaba. Estaba cansado.

Ahora te voy a follar la boca y te lo vas a tragar todo… ¿está claro?

No, por favor.

La volvió a pegar. Esta vez más fuerte. Ya le había cogido el gusto. Le introdujo la polla en la boca. Ella se revolvía, meneaba la cabeza. Se resistía. Al final, acabó por ceder y al rato parecía que hasta incluso le gustaba. Acabó en su boca, pero justo cuando eyaculaba, ella se la sacó de la boca y acabó por correrse en su cara. Por lo menos eso sí le había gustado.

Se quedaron un rato los dos jadeantes, uno al lado del otro. Leyla se limpió un poco la cara con un kleenex y los dos se besaron.

¿Ha estado bien, ¿no? ―dijo―. Me diste hasta miedo en algunos momentos.

Sí, aunque no me ha gustado del todo pegarte… No sé. No lo veo. Pero me excitó mucho cuando me lo propusiste en Tinder. Tengo que reconocer que me sorprendiste.

Pues a mí me ha puesto supercachonda, aunque me hubiese gustado más bestia, más violencia, más insultos…?

Mejor nos quedamos aquí y mañana ya recogemos todo ―dice ella―. Me da pereza ahora. Al fin y al cabo, hasta la tarde no regresan ellos. Ni se van a enterar de que hemos estado.

¿A qué hora hay que ir a buscar al niño donde tu madre?

A la una. Me ha dicho que si queremos podemos comer ya ahí en su casa.

Me parece bien. Luego iré a jugar un rato al tenis, tengo partido.

Vale cariño. Estoy agotada. Apaguemos la luz.

Feliz aniversario, amor… Te quiero.

Yo también te quiero. ¿Sabes?, viniendo en coche esta noche a nuestro encuentro he pensado que tú y yo tenemos mucha suerte. Somos una pareja perfecta.

Yo también lo creo. Ojalá nos dure para siempre.

Mientras se dormía, él pensó que nada más despertarse debía recordar mandarle un WhatsApp a Cintia y decirle que el «partido de tenis» sería de 6 a 8.

Qué ganas tenía de echar un polvo normal. Como todo el mundo.

 

 

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