Sexo en Chamberí

por Carlota Valdés

-Salgo un momento a comprar yogures

-¿Yogures? -Preguntó ella- Creo que ya hay. Compré yo la última vez

-Sí, pero no quedan de los que les gustan a los niños. De paso me aireo un poco. Llevo dos días sin salir.

-Ah vale -dijo ella volviendo al libro que estaba leyendo. Compra papel higiénico y lleva la mascarilla, no nos vayas a contagiar nada después.

-Ya hay papel. Tenemos la terraza llena de paquetes de papel. No empecemos otra vez, por Dios.  Llevabas unos días muy bien.

-Ok, Ok lo que tú digas. Me callo. Es mejor callarse, no vaya a ser.

-¿No vaya a ser qué?

-No vaya a ser que alguien acabe matando a alguien -respondió ella-

-Eso, tú di eso delante de los niños, si señor.

-No se enteran -respondió ella- ¿no ves que están con los cascos?

Al cerrar la puerta del coche se notó respirar mejor. Dentro de la casa se sentía febril y agotado, le costaba que le llegara el aire. Una vez que salía de allí era como si los alveolos de sus pulmones se llenaran de aire limpio de nuevo.

Sacó su coche, un monovolumen familiar del aparcamiento de su urbanización, maldiciendo su suerte, aunque llevaba toda la cuarentena anestesiado, como alguien que acepta la condena que le ha tocado vivir. Mientras arrancaba y salía del parking se consolaba pensando que habría miles de personas, quizás cientos de miles en la misma situación: deseando largarse de su casa pero no para comprar yogures, si no para siempre. De hecho ya se iba a ir antes de lo del virus. Ya lo habían hablado y las cosas estaban bastante avanzadas en ese sentido pero la puta cuarentena les pilló por medio y fue imposible. Nadie se separa durante una pandemia. O al menos él no conocía a nadie que lo hubiera hecho. Tampoco conocía a nadie que hubiera vivido una pandemia.

Pero las cosas habían salido así. Estaban condenados a vivir juntos aquella jodida cuarentena. No juntos pero si en la misma casa, compartiendo el mismo espacio. Por lo que a su matrimonio se refería, llevaban ya muchos años separados por otro virus igual o más peligroso: el de la indiferencia.  Normalmente ya respetaban motu propio la distancia de seguridad de un metro. Lo de no tocarse tampoco les resultó ningún problema. Llevaban años sin hacerlo.

Lo de hoy de los yogures era un poco barbaridad y sin duda estaba poniendo en riesgo la salud de sus dos hijos, en realidad la de todos… pero, a tomar por culo. Ya no aguantaba más. Sesenta días encerrado con ella y no había pasado nada. Aún no habían salido en los periódicos. Cuando la vida nos pone al límite parece como si aún pudiéramos aguantar un poco más.

Iba pensando en esas cosas mientras conducía despacio por las avenidas desiertas de aquel pueblo de las afueras, atravesando rotondas y pasos de cebra desolados, urbanizaciones desoladas. No hay nada más deprimente que una urbanización desierta -pensó- También ella tenía la culpa de aquello, de vivir en aquel sitio. En realidad no se le ocurría nada de lo que ella no tuviera la culpa.

M había propuesto que se encontraran en el parking del Hipercor. Fuera sería más fácil que les viera la policía y podrían ponerles una multa.

-Está lleno de gente ¿tu crees? La había escrito él

-Si. La gente me trae sin cuidado. Lo que hay que ver es lo de la Policía. Y no te preocupes tanto. Seguro que la gente está saltándose las prohibiciones para hacer cosas así. Ya no ha Dios que aguante más en esta situación y sin echar un mísero polvo…y yo estoy sana. No te preocupes.

-Tienes razón -había dicho él- No hay Dios que aguante más. Y es cierto. Ya no hay quien aguante más sin follar. Dímelo a mi que llevo cinco años sin follar.

Entró en el parking. Estaba lleno de coches que no respetaban la distancia de seguridad. Los coches no la tenían que respetar. No había caído en eso. Dio varias vueltas para buscar el coche de ella, un Mini rojo.

-Llevaré falda e iré sin bragas, así ahorramos tiempo. Nadie se dará cuenta. La gente está demasiado preocupada en desinfectar las cosas del supermercado antes de meterlas en los coches. Será cosa de quince minutos.

-¿Sólo quince minutos? Había preguntado él.

-Ya tendremos tiempo de más cuando acabe la cuarentena -había respondido ella-

Al fin vio el coche de M. Estaba aparcada en la parte donde había menos movimiento, alejado del acceso al supermercado.

La pasó de largo. No se atrevió ni a mirar y condujo de nuevo hacia la zona donde estaba todo el mundo.

Le vibró el móvil. Tenía un whatsapp suyo..

-Me acabas de pasar ¿no me has visto?

No respondió.  Dejó el coche aparcado junto a una de las entradas del supermercado y se dirigió hacia los ascensores.

Entró en el súper. Había bastante gente. Todos guardaban escrupulosamente el metro de seguridad. Cogió con los guantes los yogures que le gustaban a sus hijos, eran de la marca Oikos, yogures griegos con limón por debajo.  Después fue a la zona del papel higiénico y cogió tres paquetes de 24 rollos cada uno. Pagó con tarjeta, como recomendaban las autoridades.

Llegó de nuevo al parking y metio la compra en el coche. Su móvil vibró de nuevo. Esta vez ni se molestó en mirar los mensajes.

Salió otra vez al exterior. Volvió a pasar por las rotondas y las amplias avenidas desoladas. Caía ya la noche y todo parecía aún más triste que a la ida.

Cuando llegó a casa se sintió seguro, aunque otra vez notó la asfixia en los pulmones, la falta de aire.

Ella seguía con su libro y los niños con los cascos jugando a la consola como si el tiempo se hubiera detenido hacía cuarenta días. Se acordó del cuento de la Bella Durmiente en el que el reino quedaba paralizado durante el largo sueño de la princesa. Así era su casa. Un reino paralizado.

-Te he traído el papel higiénico -dijo él-

-Hombre, qué detalle ¿qué mosca te ha picado?

Se acercó a ella. Le acarició el pelo mientras le apartaba el libro que leía.

Ella se asustó como si la fueran a atacar. Dio un respingo en el sofá y movió las manos nerviosa, como protegiéndose.

-He estado pensando que quizá esta noche podríamos hacer el amor

-Si quieres…a lo mejor sería buena idea -contestó ella volviendo a la lectura-

 

 

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